Bilbao Shemale Escort Review: Yanka Santos - La Pantera de Taiaka y el tonto del bote de Coca Cola.
Autor: Akosan0
La Pantera y el tonto del bote de Coca Cola.
Es mediados de Agosto y el calor en la ciudad es intenso, pegajoso y húmedo...
Ronda el medio día, quizás algo más allá. El tedio es un pesado insecto que no deja mi mente en paz y la inquietud atenaza fuerte este día.
El periódico no trae nada nuevo o diferente a lo de ayer, antes de ayer y posiblemente al de mañana. En Internet las páginas parecen haberse quedado congeladas en el tiempo. Poco nuevo, nada que me saque de la rutina en la que se han convertido las vacaciones.
De pronto una turbadora imagen hace que, como un rayo, todo en mi se estremezca, algo despierta con fuerza. Me parece recordar algún que otro buen relato, una buena experiencia de alguien con esta chica. Pero estoy muy perezoso, no busco.
Una idea cabalga desatada en mi cabeza:
- Ella, está en la ciudad y por qué no?
Empiezo con las cabalas financieras, el sodoku en que se han convertido mis cuentas este mes es complicado, no resulta fácil. Quito de aquí, pongo allí, no voy allá. Me quedo aquí, resto, sumo, miro y remiro y encuentro el resquicio (o más bien lo fabrico y cuadro a martillazos), el saldo que me permita soñar. A partir de mañana ya veremos que como.
Llamo… tras unos tonos, su voz. Cálida y dulce pero que apenas llego a comprender que dice (soy realmente malo para los idiomas y ella se expresa prácticamente solo en portugués), la aceleración del ritmo cardiaco y la excitación que se han convertido en un agudo zumbido que no me deja entender que me trata de decir y apenas me deja pensar en otra cosa que sea su presencia.
Hablamos del servicio y el precio, me dice la calle y el número y que cuando llegue la vuelva a llamar para decirme la puerta. Colgamos.
El terrible momento ha llegado. Las dudas y el miedo asaltan el espacio que acababa de ocupar el deseo. Un intenso fuego cruzado convierte mi pensamiento en un horrible campo de batalla en el que se baten cuerpo a cuerpo, a bayoneta calada. No hay cuartel con el enemigo y la consigna es no hacer prisioneros, no retroceder. Victoria o Muerte.
Aumenta mi nerviosismo mientras, casi mecánicamente y sin saber muy bien porque, me ducho. La lucha es, ha sido atroz… me encuentro en mi coche. Inicio la marcha.
La ciudad está desierta, al coche le cuesta avanzar por la amarillenta y cálida atmósfera que envuelve las calles. O quizás es algún conato de resistencia. Todo, absolutamente todo está en obras. Parezco un ratón en uno de esos laberintos de laboratorio, tratando de llegar al queso, tratando de aplacar su hambre, su sed.
Tras largos minutos de incertidumbre doy con la combinación de calles que me llevan hasta su queso. Aparco el coche y al salir recibo el inmisericorde abrazo del poniente. El sol cae a plomo y corro a refugiarme en la poca sombra que ofrecen los edificios a los pocos peatones que ululan por sus aceras. Tengo que atravesar las múltiples zanjas de las obras, apenas me cruzo con gente en la calle. Tan solo algunos dependientes de las pequeñas tiendas que jalonan el camino, que han salido a respirar algo de aire fresco. Pues el calor en sus locales los hace insufribles. Apenas me fijo en ellos y ellos apenas se aperciben de mi apresurado paso. Un paso casi furtivo.
Distingo el portal y casi en seco, detengo mi marcha… trato de alcanzar el móvil en mis bolsillos, pero mi pulso se ha revelado y convierte el teléfono en un escurridizo y travieso pececillo que no se deja atrapar. El latir de mi corazón resuena como el atronador redoble de los tambores Wadaiko (esos tambores gigantes que tocan en pañales los japoneses). Su redoble no me permite escuchar que ya ha contestado la rellamada.
Le balbuceo que ya estoy frente al portal y que me diga la puerta. Necesito que me lo repita un par de veces para poder entenderla. Ya debe estar pensando que le ha tocado el “sonao” de la ciudad.
El portal del viejo edificio es digno y ha recibido no hace mucho el lifting de la conservación. Es un edificio de tendencia modernista y se yergue altivo frente a las vías del tren, tras la trinchera en que las zanjas han convertido la calle y su acera. En el portal su gran puerta de madera con su reja de hierro forjado le dan un aspecto sobrio. El portero automático, maltratado por la calle y metálico afea el conjunto.
Mi dedo tembloroso alcanza el número indicado y pulsa.
No responde nadie, pero un sonido mecánico hace las veces de respuesta y la puerta me cede el paso. Cruzo apresuradamente el patio hacia el ascensor ubicado en el hueco de la escalera. Lo llamo y la espera se hace interminable (que no venga nadie, que no me vean), a pesar de que solo son unos segundos lo que tardo en bajar y abrir sus puertas.
Entro y no sé qué piso pulsar. Un cálculo estrambótico me dice que el 4º, pulso y espero. Al llegar al rellano observo la puerta frente al ascensor entre abierta y el número sobre ella. He acertado.
Cuando apenas alcanzo a sobrepasar el umbral del piso un joven semi-apostado tras la puerta, me recibe con una sonrisa.
- Pasa, Yanka ira enseguida.
El piso es de techos altos, se oyen voces de chicas en las habitaciones pero no llego a distinguir la que me ha atendido por teléfono. Me conduce por un pasillo que deja un par de habitaciones a su izquierda. No es muy nuevo pero no parece muy descuidado y tampoco da la impresión de ser un cuchitril. No es oscuro pero tampoco luminoso.
Entramos en una habitación, pequeña, en la que el azul de una pantalla de la televisión pintaba las paredes con su parpadeo. En la pared de la puerta un gran espejo le da profundidad a la estancia. Una simple cama sin cabezal, un par de mesillas ramplonas, adquiridas en cualquier rastrillo. Una ventana que debe dar a la calle, pero que está cerrada y un split de aire acondicionado creo que es todo lo que alcanzo a recordar de la estancia. Creo que había alfombrillas a los lados de la cama, pero no puedo asegurarlo.
No es gran cosa pero no da una mala impresión. En plazas peores nos ha tocado lidiar; “Verdad maestro”, me digo. Me disgusta el hecho de que no hay lavabo ni baño en la habitación, pensaba que me ducharía al llegar pues el calor es agobiante y sudo mucho.
El joven me indica que espere, que enseguida vendrá la chica. Y me deja a solas en la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Comienzo a sudar, pero sudar, sudar. Empiezan a temblarme las rodillas y una ola de calor descontrolada me recorre de arriba abajo. Y quedo como en una burbuja de la que solo me saca, sobresaltado, el sonido del split al ponerse en marcha. El primer aliento sucio me llega a la nuca para poco a poco sentir el reparador frescor que exhuma el aparato.
Reparo en el silencio que se ha hecho en el piso. Ya no se oyen las voces que oía a la entrada. En la habitación el parpadeo de la televisión en la que se ven escenas de una película porno, tiene el volumen cerrado. Estoy solo con mis tambores Wadaiko tocados por japoneses en calzoncillos.
La espera, el pulso, la incertidumbre, el miedo, los nervios… me va a dar algo de modo inminente.
El sordo sonido de los tacones contra el azulejo envejecido anuncia su llegada. Primero apenas audible, para paso a paso ir aproximándose y aumentando. Cuando ya junto a la puerta se detienen. Debe ser el momento en el que antes de entrar, toman aire y como el Torero antes de cada faena se encomienda a sus santos y vírgenes para pedirles protección y que salgan vivos esa tarde. Casi creo escuchar el suspiro y su siguiente exhalación. A ver que me toca (Debe pensar) claro, que si ha reparado en mi llamada y la secuencia de tiempo debe decirse a sí misma; “Ya está aquí el tipo que no me entiende”.
La puerta, despacio, va dejando entrar algo de luz del pasillo y la oculta. Un paso firme, el sonido fuerte del tacón en el suelo, un nuevo paso y la puerta abierta deja pasar la suficiente luz del pasillo para dibujar a contra luz una la silueta felina. Mis pupilas adaptadas ya a la oscuridad de la habitación, no distinguen ningún detalle concreto mientas se esfuerzan a toda velocidad en dibujar el cuerpo y el rostro, por que no el alma, que oculta aquella silueta oscura.
Cierra la puerta y en la penumbra de la habitación, se muestra en su esplendor. Y lo primero que impacta en mis retinas es su imagen ya completa a la luz del televisor, para después llegar como el trueno después del relámpago, el embriagador aroma de su presencia.
Sufro un colapso del tipo síndrome de Stendhal. Ya en algún otro comentario de algún forero se ha descrito que es este síndrome, que se hizo popular a raíz de un anuncio de automóviles, Audi A8 para ser exacto. Pero para que no tengáis que buscarlo os diré, de modo abreviado, que: El síndrome de Stendhal es una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardiaco, vértigo, confusión e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a una sobredosis de belleza artística, pinturas y obras maestras del arte.
El síndrome de Stendhal, más allá de su incidencia clínica como enfermedad, se ha convertido en un referente de la reacción romántica ante la acumulación de belleza y la exuberancia.
Sé que ha saludado con dulzura. Se aproxima a la mesita y deja un paquete de servilletas de papel, esas que van en una caja de cartón. Un tubo de lo que parece crema, preservativos y una cajita. Dios como se mueve. En apenas dos pasos acaba de mostrar todas sus formas y no son pocas.
Yo estoy completamente petrificado y no me desplomo de bruces porque estoy completamente petrificado. Soy incapaz de devolver el saludo y mucho menos de moverme o hacer cualquier comentario. He dejado de sudar, he dejado de pensar, de sentir, creo que he dejado de respirar.
Mientras, ha deshecho una parte de la cama y se apercibe de la estatua en la que acabo de convertirme al entrar ella. Se aproxima y me toma con delicadeza por las muñecas, para prácticamente susurrarme; “Que quieres que hagamos”. O algo así porque era mitad portugués y mitad castellano. Pero ahora, extrañamente, sí que lo entendía a la perfección.
Su aliento sobre mi rostro no hace sino empeorar las cosas y porque estoy completamente petrificado y me ha cogido las muñecas, porque si no salto y me tiro por la ventana. Convirtiéndome en el primer cliente suicida de la historia.
Nos miramos fijamente y soy incapaz de mantenerle la mirada, que es profunda y negra como la noche y en el fondo de sus pupilas rutilan las dos estrellas más hermosas de todo el hemisferio sur. Brillo y oscuridad que compite con el azabache del que han hecho los rizos de su pelo. Es alta, me parece muy alta… más que alta se me hace infinita. No puedo dejar de mirar sus pechos, no puedo dejar de mirar su cadera y sus piernas, no puedo dejar mirar su rostro.
El interrogante sigue en el aire y espera.
- Activa, cien, una hora, no dolor, ama, una hora, cien, principiante, teléfono, activa.
Ahora, la que no entiende es ella. Y es que no es inteligible el balbuceo que le he soltado, pero no consigo enhebrar una frase completa y comprensible.
- Quieres que yo haga de activa y una hora de tiempo. (Me repite despacio y pacientemente, como a un niño, para ver si nos entendemos o si ha entendido lo que le he querido decir).
Dios mío le debo parecer completamente imbécil, pero no consigo hablar mejor que los indios de las películas malas, esas rodadas en Almería y tipo Al Este del Oeste.
- Si, cien, una hora, hacer, activa, no dolor, activa, tu.
Sonríe y extiende su mano en un gesto simple y comprensible en cualquier idioma. Llevo mi mano hasta el bolsillo donde llevaba preparado la cantidad pactada con antelación por teléfono.
Lo recibe asintiendo, me vuelve a mirar (Con lo que vuelvo a quedar paralizado) y me pregunta.
- Quieres tomar alguna cosita.
- Coca Cola (Contesto en seco, es lo primero que se me ha ocurrido aunque en realidad debía haber pedido un whisky doble y sin hielo o litro y medio de vodka en vena)
- Vuelvo en un momento.
Suspira y deja la habitación. El tonto la Coca Cola me ha tocado, que suerte la mía. Debe decirse mientras por el pasillo se aleja el sonido de sus tacones.
No está en la habitación, ha salido, y el caso es que se ha impresionado su imagen en mi retina y no puedo dejar de verla, je, debo estar alucinando ya, je je je.
Llevaba puesto un escueto sujetador negro que apenas contenía la turgencia de sus pechos y venia justo para ocultar la aureola de sus pezones que sí que se dibujaban bajo la tela. Unas braguitas brasileñas, tanga, negras también y que no me explico cómo podía contenerle su secreto. Adornaba sus caderas un enorme cinturón de piel negro, con una prominente hebilla plateada. Y sus piernas hasta las rodillas llevaban anudadas, tipo romanas, unas sandalias de tacón de aguja que aún la hacen más monumental.
Vuelve a anunciarse por el sonido de sus tacones, por el pasillo y entra en la habitación con una pequeña bandeja en la que junto a un vaso chato y plano (Como los de Whisky) con un hielo, hay un bote de Coca Cola y una pequeña servilleta de papel blanca.
Sigo en la misma postura perpleja y pétrea que cuando ha entrado, no he movido ni un músculo. Creo que ni respiraba todavía. Me acerca la bandeja, para que la tome pero sigo inmóvil, a lo que suspira y sonríe (pensando en el rato patético que va a pasar). Y se llega a la mesilla junto a la cama y más cercana a la ventana para dejar la bandejita. Mientras y al volver a pasar por mi lado deja caer con su calidad voz; “desnúdate”.
Se me ha parado el corazón, por segunda vez ya, seguro…
- Todo (Pregunto).
- Si, contesta con dulzura (Debe pensar, no idiota déjate los calzoncillos puestos)
Para que os hagáis una idea de por lo que debía estar pasando esta mujer a mi patética actitud hay que sumarle mi aspecto, que lejos de ser un elfido mozo brasileño, viene a ser un cruce entre Alfredo Landa y uno de esos budas sonrientes que te regalan en el restaurante chino del barrio cuando vas un par de veces, pero con gafas.
Comienzo a desnudarme sin poder apartar la mirada de su cuerpo, no puedo creer lo que estoy viendo. No quiero perder ni un solo detalle, quiero grabar en mi memoria todo lo que acontece por insignificante que sea, lo quiero todo para llevármelo conmigo para siempre. Mientras tanto ha terminado de deshacer la cama y se ha colocado de rodillas en la misma y me espera. Con la pared a su espalda, domina el escenario y lo sabe. Es la dueña de la situación es la estrella en este acto, en la obra.
Lo peor de todo es como se mueve; de modo felino, elástico y elegante. Cada movimiento denota potencia y exuberancia. En mi mente no deja de repetirse la imagen de una pantera vagando nerviosa en su jaula. Todo es subjetivo y por su puesto este relato, pero os juro que la frase: “Las fotos no te hacen justicia” cobra una inusitada exactitud y sentido en el caso de Yanka.
No hay nada donde dejar o apoyar la ropa (O yo no alcanzo a encontrarlo) por lo que, directamente, la he ido deshojando sobre el suelo, junto a la ventana. He terminado de desnudarme pero sigo inmóvil a un lado de la cama.
Una vez más, ante la pasividad pasmada de la que hago ostentación, toma la iniciativa y me invita a situarme, palmeando suavemente la cama frente a ella con su mano izquierda. La seguridad con la que hace la invitación excita, si cabe, aún más a quien os relata esto. Y me muevo, increíble, pero me muevo (Torpe, como un zombi), buscando el lado más oportuno para entrar en la arena.
Yo creo que si me hubiera invitado a tirarme por el hueco del ascensor con aquel gesto, ahora en lugar de este relato estaríais leyendo la noticia en los periódicos. Pues desde el mismo momento en el que entro en aquella penumbrosa habitación, en mi vida, soy victima irredimible del encanto de sus ojos, del embrujo de su mirada y cautivo, preso de su recuerdo.
Me coloco frente a ella en la cama, también de rodillas. A pocos centímetros de su piel. La proximidad es tal que la calidez de su cuerpo arriba a mis orillas y me recorre el espinazo un calambre que me vuelve a sumir en la inmovilidad. Y así me quedo, pasmado, mirándola fijamente, como si quisiera hipnotizarla. No la noto cerca de mí ya la estoy sintiendo dentro muy dentro.
Me sobre pasa en altura, con mucho, pues soy bastante bajito y rechoncho y se ha erguido sobre si misma, ensalzando más su figura. Y en su rostro se dibuja una pregunta, suspira;
- ¿Qué pasa?
Eso quisiera saber yo, que pasa. Necesito responderle, necesito comunicarle que me estoy deshaciendo por dentro, necesito hablar. Mi mente es incapaz de concebir nada con sentido, está ausente, no está. Y broto de mis labios la frase que pasará a los anales de la estulticia humana como la mayor de todas las idioteces que se puedan decir en una situación como esta.
- Estas muy buena.
Una sonrisa, para mi tranquilidad, se esboza en su cara. Digo yo, que semejante monumento debe estar acostumbrada a causar el efecto que estoy sufriendo (Estupefacción). O es que en realidad soy verdaderamente tonto.
- ¿No me has visto por Internet?
Si, si las has visto en Internet. Díselo… y dile que la has visto en Taiaka, que recibirás un trato especial. Lo pone, de verdad que lo pone.
- Sí (contesto y ya está)
- ¿Y no es como en las fotos?
- No
Y se incorpora sobre si misma en un acto en el que la oigo rugir, de verdad de la pura, le salió un rugido desde el interior que todavía me tiene acojonado.
Me come, pienso de inmediato, ahora se abalanza sobre mí, me despedaza y me come y ya está “finito la comedia”… Di algo capullo, dile que no hay fotografía o imagen, holograma o cristo que lo fundo que pueda reproducir semejante belleza y exuberancia. Que es imposible trasladar su presencia a una fría Web. Dile que el fotógrafo que le retoco las fotos fue un patán captándola y sobre todo cuando le trabajo el rostro o le puso brillo y luces debía estar bebido. O por qué no, estaría abrumado del mismo modo que lo estoy yo en estos momentos.
- Mejor (es lo único que me sale, escueto, imbécil, pero cierto).
Relaja su postura, pero continúa erguida sobre sus rodillas, sonríe. Me viene un vomito de palabras y no puedo contenerlo;
- Muy excitado, tú increíble, nada igual, nunca. Muy buena. (Yo se que no os lo creéis, pero hablaba como un apache de chiste).
Y agranda la sonrisa que sostenía en sus labios, me toma despacito, con suavidad la mano. Como tratando de tranquilizarme (lo cual ni el todo poderoso Valium 1000 en dosis masivas e intravenosas conseguiría). Y me susurra;
- Yo no te toco para que no te corras rápido, vale.
Cosas así no se pagan hoy en día. Y vosotros sabéis muy bien de que estoy hablando. Y es cierto a pies juntillas. Si en esos momentos, ella, lleva su índice a la punta de mi nariz y la toca, sin más: Se acabó “me voy por las patas pa bajo” , Ipso Facto.
Asiento con la cabeza dándole las gracias, más que respondiendo. Ella sobre sus rodillas inclina la cabeza como tratando de mirar por encima de unas gafas imaginarias. Dejando caer sobre su faz su pelo negro. Una mirada “canalla” que es imposible olvidar. A la vez que inspira hinchando su pecho hasta un volumen increíble, tomando el aire que me empieza a faltar a mí. Y libera sus pechos que parecen erectos. Firmes, turgentes. Si me lo permitís perfectos.
Yo tengo infartadas hasta las meninges en ese momento. Ritmo cardiaco y encefalograma planos. Los ojos como platos, pero platos como en los restaurantes de diseño: Gigantes. Y fijos en sus pechos.
- Tócame, no me van a doler
Lleva mis manos hasta ellos a la vez que vuelve a tomar aire dando nuevamente volumen a su tórax como solo ellas saben hacerlo.
Yo he perdido el control de mis actos, el de mis sentidos y el de mi pensamiento. En estos momentos soy completamente primitivo y tosco. Y me abalanzo sobre su busto y comienzo a besarlo a la vez que mis manos bajan de sus pechos a su cintura y de allí a su cadera.
Su piel es tersa y tiene ese color con que el Dios Sol tuesta y barniza a sus sacerdotisas del trópico, huele increíblemente bien a leche corporal y frutas. Y sabe… no se describir ese sabor, lo siento. No puedo, no encuentro las palabras adecuadas.
Recorro la voluptuosidad de Yanka con mis labios a la vez que se deja caer sobre sus rodillas hacía atrás y ofertando a mi boca el resto de su cuerpo. Acepto sin dudar la orden implícita y comienzo a descender hasta su ombligo sobre volando todo su dorso. Desde allí llego a su pelvis.
Ya os digo, fuera de control completamente. Mis receptores neuronales y las terminales nerviosas no son capaces de procesar el cúmulo de señales y sensaciones que a modo de torrente, riada, están irrumpiendo en mí.
Beso, sin cesar, su pelvis y alcanzo la ingle. No quiero llegar todavía a su quinta esencia, por lo que continuo por su pierna en dirección a su pie. La posición se ha vuelto tortuosa e incómoda, a lo que rápidamente responde desplegando las piernas y extendiéndose sobre su espalda. Eleva una de ellas por la que repto hasta llegar a su pie, que paso a lamer dentro de la sandalia.
De rodillas frente a ella, completamente tumbada sobre la cama. Con su pierna todavía a la altura de mi cara, comprendo la grandeza que se me muestra. Y me empiezo a sentir enano y minúsculo.
Arquea las rodillas y lleva su mano hasta el tanga, para sujetar primero y luego apretar el bulto que oculta. Mientras muerde su labio inferior e inspira a la vez que vuelve su mirada canalla en ardiente fuego.
Comienzo a mordisquear la pequeña pieza de tela que comienza a dar muestras de su incapacidad para contener a Yanka. Y comienza a sobresalir su más íntimo secreto. Y trato a fuerza de mordisquear lo que sobre sale de que vuelva al contorno de la braguita. Lo que ya es imposible e irremediable. Beso y muerdo con suavidad (o eso trato) el incipiente crecimiento del paquete, pero ella ya ha enviado su torrente sanguíneo y comienza a tomar su poderosa forma.
Hace un gesto para que pare. La miro, sin entender por qué no puedo seguir.
- Quítamela
No entiendo que me quiere decir…
- Quítamela. (Repite y mira señalando ostensiblemente la braguita)
Coño claro, que corto soy. No tengo ninguna dificultad en hacerlo pues facilita la maniobra con suma gracia.
Y su pene se derrumba sobre su vientre y alcanza su ombligo. Es enorme, pienso. Y se me escapa;
- Enorme
- Pues todavía no está (contesta).
No puedo dejar de besar aquel portento de arriba abajo, lamerlo todo, sin dejarme ni un resquicio e incluso me recreo en su parte baja dedicando parte de mis caricias y besos a los compañeros de su pene.
Tengo que incorporarme pues me está mareando la excitación, pero sujeto su miembro con mi mano a la vez que lo masturbo suavemente, despacio.
- Enorme, grande. No he visto nada igual. No sé si me va a caber.
Y no dudo en volver a lamerlo y besarlo, esta vez dedicando especial atención al glande que acaba de aparecer en escena y está empezando a tomar un tamaño acorde al conjunto.
- Enorme. (Me repito, lo sé, pero no puedo dejar de hacerlo)
Mientras trato de meterlo en mi boca, despacio pues no quiero hacerle daño ya que no tengo la certeza de que me quepa. Pero lo hace y me llena con su pene hasta el paladar.
Comienzo la felación a la vez que trato de masturbarla. Pero me abrumo y me incorporo.
- Enorme…
- Quieres verla de pie. (Responde)
Si, si por favor, levántate. Ponte de pie. Pienso para mis adentros convertido ya en su puta particular.
Baja de la cama y frente al espejo, calzada pues en ningún momento se ha quitado sus sandalias, me parece más alta que antes. Se mira en el espejo. Se gusta y sabe que a mi también. Lleva sus manos a las caderas quedando en jarras e inclina levemente hacia adelante su pelvis.
Bajo de la cama y me postro de rodillas frente a su pene, llevo mis manos a sus glúteos y abro todo lo que puedo la boca… trato de introducirla toda. No sin antes advertirla que no sé muy bien que voy a hacerle.
Sin darme cuenta ha llevado sus manos a ambos lados de mi cabeza y es ahora ella quien la sujeta y lleva el ritmo. Despacio, suavemente pero inexorablemente cada vez mayor profundidad.
La dureza, longitud y volumen de su pene amenaza la cohesión de mi mandíbula. Está acelerando el ritmo y la profundidad de la penetración en mi garganta ha llegado a su punto crítico. Debo retirarla, respirar extenuado.
Desde esa posición humillada, tenerla frente a uno es como ver un ángel vengador. De divino poder.
Sigo descontrolado, beso su ingle, falo, pelvis y trato de alcanzar el glúteo. A lo que responde dándose la vuelta e inclinándose hasta apoyar sus manos en la pared de la mesilla, para ofrecérseme completamente abierta.
Sumerjo mi rostro entre sus nalgas y me boca apenas alcanza su objetivo. Trato de penetrar con mi lengua allí donde no llego con mis besos. Son instantes desesperados, asfixiantes. Debo tomar aire.
Se vuelva y sigo postrado frente a ella, súbdito de su capricho.
- ¿Quieres que te folle?
Mi mirada te lo suplica. Porque soy incapaz de decir nada.
- Sube a la cama y ponte a cuatro patas.
Obedezco dócil como un perrito faldero.
- Te follas o yo.
Ahora sí que no entiendo que me quiere decir y quedo inmóvil y expectante a la espera de recibirla en mí cuerpo. Lo único que atino a decir.
- No me hagas daño, por favor. Se suave conmigo.
Se está embadurnando la polla y me está temblando hasta la campanilla. Se sitúa tras de mí y me coge por las ingles para llevarme hasta el borde de la cama. Hasta que mi culo topa con su inhiesto y durísimo instrumento. Me ordena cerrar algo más las piernas para que la posición tome altura y no tenga que acuclillarse para penetrarme.
Noto la firmeza con la que pasa a sujetarme su mano derecha, mientras con la izquierda trata de introducirme el pene en mi ano.
Trata de abrirse paso en mi entraña, pero la resistencia, el dolor es intenso. Me muevo y ella se incomoda. Una nueva embestida, algo más brusca y yo diría que ha conseguido abrirme y está entrando poco a poco. Pero sigue doliéndome tremendamente y no paro de moverme. Le suplico que pare, pero no quiere escuchar o solo lo pienso.
Se está retirando despacio lo que hace que mire, no quiero que pare, la quiero dentro, lo reconozco ¿porque para?
- Túmbate, piernas arriba. (Ordena)
Obedezco, vuelve a ponerse algo de crema y me unta. Hace un ademán para que me centre en la cama y le deje espacio. Repto de espaldas hasta que de rodillas la tengo entre mis piernas. Soy suyo completamente, estoy entregado a su portento.
Se inclina sobre mí y su mano cae junto a mi hombro, el volumen de sus pechos hace que mientras busca la posición se rocen contra mí, no me controlo y la excitación hace rato que ha roto el cuenta revoluciones. Ha fijado su mirada en la mía. Su otra mano me sujeta por el tobillo para tratar de darme la mayor apertura posible y embiste con suavidad. Noto como penetra en mí y al intenso dolor, sigue un escozor que va cayendo en su intensidad a la vez que una intensa ola de cálido y húmedo placer está arrasándome. Comienzan las suaves embestidas, para ir convirtiéndose en un bombeo contundente. Sollozo y gimo como una perra y trato de alcanzar su rostro con mis manos.
Me mira fijamente y yo no aguanto más un traidor hilillo delata que gozo de un modo indescriptible. Se apercibe.
- ¿Te has corrido?
- No. (No ni ¡ná!, me estoy yendo como un cochino por lo bajini)
Me vuelve a mirar de modo inquisitorio.
- ( Oh! Cielos no puedo mentirle), Si, bueno un poco, je …
Pone cara de: “Te vas a enterar”. Se sujeta al colchón haciendo que sus brazos me atenacen contra ella y sus rodillas se hincan de modo que me tiene completamente falcado. Sigue una sacudida inusitada y embestidas cada vez mayores y de más intensidad.
Gimo y suspiro, sollozo, diría que lloro, mientras no puedo dejar de nombrarla;
- Yanka, Yanka,Yanka, Yanka, Yanka, no pares …
- Un poco más, un poco más…
Trato de alcanzar su rostro y la visión de Yanka, mordiéndose el labio inferior sobre mí, alternando su mirada entre mis ojos y su pene mientras me folla, el movimiento de sus senos rozándome el pecho y sentirla en mis entrañas una y otra y otra y otra vez. Hace que no pueda más. Lo que era un hilillo se convierte en un convulso torrente, cálido y cremoso.
Su rostro dibuja un gesto de decepción*. Debe parar para no quedar completamente embadurnada. Con cuidado y despacio va dejando salir su polla.
* Lo siento Yanka, jamás fui un buen amante, me gustaría disculparme pero estoy completamente ido. Me está dando vueltas la habitación y no siento mi cuerpo. Hacen su irrupción los japoneses en gallumbos y sus tambores. Y el puto Stendhal me tiene en otra dimensión.
Comienza a limpiarse y también lo hace conmigo. Trata de alcanzar la servilleta que traía en la bandeja para lo que apoya su cuerpo sobre el mío (tumbándose encima) y noto como su falo está completamente rígido. Y hace como un intento de masturbarse contra mí, pero estoy inerme en la cama.
Suelta un suspiro de resignación y se incorpora. Me mira, sin entender que me pasa. Continúa limpiándose y termina de hacerlo conmigo.
Yo noto como necesito salir de allí, necesito respirar. Me siento avergonzado por dejarla de este modo. Me incorporo y trato de vestirme de modo apresurado. Se acerca y vuelve a poner su mano sobre mi hombro.
- Te encuentras bien? (Su tono es condescendiente y conciliador)
- No, estoy mareado todo me da vueltas.
- ¿Cómo?
No debe entenderlo, de hecho parece no entender nada y no la culpo. Cree que algo ha ido mal. Eso quisiera yo que hubiera ido mal. Llevo no sé cuántas hojas y horas de relato y no alcanzo a explicarme o explicaros lo magnifico y mágico del rato que acababa de pasar. Pero necesito salir ya.
- Nada
No acierto a meterme la pernera del pantalón y ella pone cara de: “De verdad te vas así, ya.”. Lo cierto es que perdí la noción del tiempo nada más entrar ella en la habitación y no sé si todo esto pasó en una hora, dos, tres o dos minutos. Pero dado la cara que pone, de no entender nada, y que soy un desastre en la cama. No debo haber consumido mucho tiempo.
- ¿Pero, te encuentras bien?
No sale de su asombro y yo tampoco. He conseguido ponerme los pantalones y ahora con lo que me estoy contorsionando es con la camisa que parece opinión propia y se resiste a que me la ponga y me marche.
Sale de la habitación (como se contonea por Dios Santo) y me deja a solas con mi pelea con la camisa. Cuando vuelve se ha colocado una braguitas estampadas que para nada consiguen ocultar su polla que sigue como el mástil de un Copa América. Fuerza una sonrisa…
- No has tomado nada. Señala el bote de Coca Cola.
Cojo el bote de la mesa y hecho un trago corto de él. La vuelvo a dejar sobre la bandejita y la miro.
- Si Coca Cola …
“Ya está, este es completamente gilipollas”. Debe estar pensando, todos los pueblos tienen su tonto y este debe ser el de la ciudad: El tonto del bote… de Coca Cola.
- Cómo te llamas
- Paco
- Estaré hasta final de mes …
Un poco de publicidad nunca viene mal. Ocurre que no sé lo que me puede pasar en una segunda cita con Yanka. Probablemente acabe en un hospital psiquiátrico. O tal vez repuesto de la enorme primera impresión consigo que ella no pase un mal trago como él le hice pasar.
Me señala la bandeja para que se la acerque. Lo hago y al entregársela me mira a mí y señala la con la mirada la bandeja.
- Como se dice. (Señala con la mirada de nuevo la bandeja)
- Bandeja
- Bandeja. (Repite)
- Aja, Bandeja.
Sonríe nuevamente y lo cierto es que había olvidado su hermosa sonrisa. No le cobrare la clase de castellano, je je je. Pienso. Me hecha un último vistazo de arriba abajo y comienza a ordenar la habitación. Bueno, a hacer la cama.
- Hase muito calor a Ispania. (Trata de conversar y hacer más distendido el momento)
- En Brasil, no hace tanto calor? (Ostia habló y todo, me sorprendo)
- No, donde io soy no mas 25, 26 grados todo el anio.
- Solo. (Replico)
- Si, e mi ciudad tiene 42 playas.
Coño, pienso yo, cuanta playa. No me extraña lo marcado que llevas el sujetador chata.
Ha terminado de hacer la cama y toma la bandeja dejando sobre ella el cinturón y las braguitas que llevaba al entrar.
- Vamos.
Salimos de la habitación y por el pasillo contemplo el espectáculo que es verla moverse. Espectacular hasta hacer daño, os lo prometo. Al llegar a la primera de las dos habitaciones que pase al entrar tiene la puerta entre abierta. Se ve un mueble sobre el que algunos objetos copan el espacio disponible y también se ve una cama en la que yace una chica rubia con una combinación roja y sobre sus piernas un portátil.
Mientras Yanka hace sitio sobre la tapa del mueblecito para dejar la bandeja, pienso en quien puede ser la chica absorta en el ordenador. Diría que era Isabella Oliveira, pero tampoco puedo asegurarlos pues en la misma casa hay otras chicas cañón todas rubias (Susana Oliveira, Alexia y Dani) y mi vista de lince y el sofoco que llevaba no me hacen ser muy preciso en mis apreciaciones.
Abre la puerta, cuidándose de ocultarse tras ella al rellano de la escalera, y me invita a salir no sin antes inclinarse es alta, para mi bastante alta, para ofrecerme sus mejillas, las cuales beso fraternalmente.
Al salir, la puerta se cierra tras de mí y trato de recuperar la cordura, rumbo y velocidad. Bajo por las escaleras y empieza a dolerme el culo. Pero no me importa voy por la calle, hasta el coche, con la sonrisa esa de ir colocadas que tienen las que anuncian compresas (esas que huelen las nubes y ven la música y todo eso). Es felicidad o lo más parecido que he sentido nunca.
Yo, no quiero extenderme más, que sé que soy un pesado. Quiero agradecer que no hayáis interrumpido la serie y que me perdonéis por mi sintaxis y errores (que sé que sois mu miraos para según qué cosas).
Únicamente hacer un par de apreciaciones:
1. Ella, no creo que haga falta decirlo, es Yanka Santos.
2. No os moféis mucho del relato o de mí, pues me ha costado parte del alma arrancármelo de las entrañas para poder compartirlo.
3. No es una acción de marketing hacia la chica o la casa en la que está. Lo digo porque hay dos mensajes elogiosos (Relatos: 04/08/07 – jmal; Yanka Santos (Valencia)) y sobre la misma musa en muy poco tiempo. Pero es que no sabéis lo que es la niña.
4. Si en la ciudad del Turia, estos días, sois atracados por un tipo con aspecto de buda pariente de Paco Martínez Soria. Dadle lo que llevéis, es por una buena causa y está desesperado por volver con Yanka. Es inofensivo eso sí.
5. No conozco, para mi desgracia, las demás panteras de Taiaka (Milena Vendramine, Amanda Ríos, las dos Robertas, Rodríguez y Roberts, Isabelly e Isabelly Strait, Gabriela Maya, Deysi Rocham Thamira Tales o Amanda Hyckman, etc, que me perdonen aquellas que me dejo), pero de Yanka para terminar diría aquello que alguien dijo sobre Ava Gadner al referirse a ella “Como el animal más bello del mundo”.
6. Desearle la felicidad allá donde vaya siempre, un fuerte abrazo. GRACIAS YANKA…
Muy importante, se me olvidaba; No lo pone porque me he tomado alguna licencia, pero que conste que usamos protección.
La Pantera y el tonto del bote de Coca Cola.
Es mediados de Agosto y el calor en la ciudad es intenso, pegajoso y húmedo...
Ronda el medio día, quizás algo más allá. El tedio es un pesado insecto que no deja mi mente en paz y la inquietud atenaza fuerte este día.
El periódico no trae nada nuevo o diferente a lo de ayer, antes de ayer y posiblemente al de mañana. En Internet las páginas parecen haberse quedado congeladas en el tiempo. Poco nuevo, nada que me saque de la rutina en la que se han convertido las vacaciones.
De pronto una turbadora imagen hace que, como un rayo, todo en mi se estremezca, algo despierta con fuerza. Me parece recordar algún que otro buen relato, una buena experiencia de alguien con esta chica. Pero estoy muy perezoso, no busco.
Una idea cabalga desatada en mi cabeza:
- Ella, está en la ciudad y por qué no?
Empiezo con las cabalas financieras, el sodoku en que se han convertido mis cuentas este mes es complicado, no resulta fácil. Quito de aquí, pongo allí, no voy allá. Me quedo aquí, resto, sumo, miro y remiro y encuentro el resquicio (o más bien lo fabrico y cuadro a martillazos), el saldo que me permita soñar. A partir de mañana ya veremos que como.
Llamo… tras unos tonos, su voz. Cálida y dulce pero que apenas llego a comprender que dice (soy realmente malo para los idiomas y ella se expresa prácticamente solo en portugués), la aceleración del ritmo cardiaco y la excitación que se han convertido en un agudo zumbido que no me deja entender que me trata de decir y apenas me deja pensar en otra cosa que sea su presencia.
Hablamos del servicio y el precio, me dice la calle y el número y que cuando llegue la vuelva a llamar para decirme la puerta. Colgamos.
El terrible momento ha llegado. Las dudas y el miedo asaltan el espacio que acababa de ocupar el deseo. Un intenso fuego cruzado convierte mi pensamiento en un horrible campo de batalla en el que se baten cuerpo a cuerpo, a bayoneta calada. No hay cuartel con el enemigo y la consigna es no hacer prisioneros, no retroceder. Victoria o Muerte.
Aumenta mi nerviosismo mientras, casi mecánicamente y sin saber muy bien porque, me ducho. La lucha es, ha sido atroz… me encuentro en mi coche. Inicio la marcha.
La ciudad está desierta, al coche le cuesta avanzar por la amarillenta y cálida atmósfera que envuelve las calles. O quizás es algún conato de resistencia. Todo, absolutamente todo está en obras. Parezco un ratón en uno de esos laberintos de laboratorio, tratando de llegar al queso, tratando de aplacar su hambre, su sed.
Tras largos minutos de incertidumbre doy con la combinación de calles que me llevan hasta su queso. Aparco el coche y al salir recibo el inmisericorde abrazo del poniente. El sol cae a plomo y corro a refugiarme en la poca sombra que ofrecen los edificios a los pocos peatones que ululan por sus aceras. Tengo que atravesar las múltiples zanjas de las obras, apenas me cruzo con gente en la calle. Tan solo algunos dependientes de las pequeñas tiendas que jalonan el camino, que han salido a respirar algo de aire fresco. Pues el calor en sus locales los hace insufribles. Apenas me fijo en ellos y ellos apenas se aperciben de mi apresurado paso. Un paso casi furtivo.
Distingo el portal y casi en seco, detengo mi marcha… trato de alcanzar el móvil en mis bolsillos, pero mi pulso se ha revelado y convierte el teléfono en un escurridizo y travieso pececillo que no se deja atrapar. El latir de mi corazón resuena como el atronador redoble de los tambores Wadaiko (esos tambores gigantes que tocan en pañales los japoneses). Su redoble no me permite escuchar que ya ha contestado la rellamada.
Le balbuceo que ya estoy frente al portal y que me diga la puerta. Necesito que me lo repita un par de veces para poder entenderla. Ya debe estar pensando que le ha tocado el “sonao” de la ciudad.
El portal del viejo edificio es digno y ha recibido no hace mucho el lifting de la conservación. Es un edificio de tendencia modernista y se yergue altivo frente a las vías del tren, tras la trinchera en que las zanjas han convertido la calle y su acera. En el portal su gran puerta de madera con su reja de hierro forjado le dan un aspecto sobrio. El portero automático, maltratado por la calle y metálico afea el conjunto.
Mi dedo tembloroso alcanza el número indicado y pulsa.
No responde nadie, pero un sonido mecánico hace las veces de respuesta y la puerta me cede el paso. Cruzo apresuradamente el patio hacia el ascensor ubicado en el hueco de la escalera. Lo llamo y la espera se hace interminable (que no venga nadie, que no me vean), a pesar de que solo son unos segundos lo que tardo en bajar y abrir sus puertas.
Entro y no sé qué piso pulsar. Un cálculo estrambótico me dice que el 4º, pulso y espero. Al llegar al rellano observo la puerta frente al ascensor entre abierta y el número sobre ella. He acertado.
Cuando apenas alcanzo a sobrepasar el umbral del piso un joven semi-apostado tras la puerta, me recibe con una sonrisa.
- Pasa, Yanka ira enseguida.
El piso es de techos altos, se oyen voces de chicas en las habitaciones pero no llego a distinguir la que me ha atendido por teléfono. Me conduce por un pasillo que deja un par de habitaciones a su izquierda. No es muy nuevo pero no parece muy descuidado y tampoco da la impresión de ser un cuchitril. No es oscuro pero tampoco luminoso.
Entramos en una habitación, pequeña, en la que el azul de una pantalla de la televisión pintaba las paredes con su parpadeo. En la pared de la puerta un gran espejo le da profundidad a la estancia. Una simple cama sin cabezal, un par de mesillas ramplonas, adquiridas en cualquier rastrillo. Una ventana que debe dar a la calle, pero que está cerrada y un split de aire acondicionado creo que es todo lo que alcanzo a recordar de la estancia. Creo que había alfombrillas a los lados de la cama, pero no puedo asegurarlo.
No es gran cosa pero no da una mala impresión. En plazas peores nos ha tocado lidiar; “Verdad maestro”, me digo. Me disgusta el hecho de que no hay lavabo ni baño en la habitación, pensaba que me ducharía al llegar pues el calor es agobiante y sudo mucho.
El joven me indica que espere, que enseguida vendrá la chica. Y me deja a solas en la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Comienzo a sudar, pero sudar, sudar. Empiezan a temblarme las rodillas y una ola de calor descontrolada me recorre de arriba abajo. Y quedo como en una burbuja de la que solo me saca, sobresaltado, el sonido del split al ponerse en marcha. El primer aliento sucio me llega a la nuca para poco a poco sentir el reparador frescor que exhuma el aparato.
Reparo en el silencio que se ha hecho en el piso. Ya no se oyen las voces que oía a la entrada. En la habitación el parpadeo de la televisión en la que se ven escenas de una película porno, tiene el volumen cerrado. Estoy solo con mis tambores Wadaiko tocados por japoneses en calzoncillos.
La espera, el pulso, la incertidumbre, el miedo, los nervios… me va a dar algo de modo inminente.
El sordo sonido de los tacones contra el azulejo envejecido anuncia su llegada. Primero apenas audible, para paso a paso ir aproximándose y aumentando. Cuando ya junto a la puerta se detienen. Debe ser el momento en el que antes de entrar, toman aire y como el Torero antes de cada faena se encomienda a sus santos y vírgenes para pedirles protección y que salgan vivos esa tarde. Casi creo escuchar el suspiro y su siguiente exhalación. A ver que me toca (Debe pensar) claro, que si ha reparado en mi llamada y la secuencia de tiempo debe decirse a sí misma; “Ya está aquí el tipo que no me entiende”.
La puerta, despacio, va dejando entrar algo de luz del pasillo y la oculta. Un paso firme, el sonido fuerte del tacón en el suelo, un nuevo paso y la puerta abierta deja pasar la suficiente luz del pasillo para dibujar a contra luz una la silueta felina. Mis pupilas adaptadas ya a la oscuridad de la habitación, no distinguen ningún detalle concreto mientas se esfuerzan a toda velocidad en dibujar el cuerpo y el rostro, por que no el alma, que oculta aquella silueta oscura.
Cierra la puerta y en la penumbra de la habitación, se muestra en su esplendor. Y lo primero que impacta en mis retinas es su imagen ya completa a la luz del televisor, para después llegar como el trueno después del relámpago, el embriagador aroma de su presencia.
Sufro un colapso del tipo síndrome de Stendhal. Ya en algún otro comentario de algún forero se ha descrito que es este síndrome, que se hizo popular a raíz de un anuncio de automóviles, Audi A8 para ser exacto. Pero para que no tengáis que buscarlo os diré, de modo abreviado, que: El síndrome de Stendhal es una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardiaco, vértigo, confusión e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a una sobredosis de belleza artística, pinturas y obras maestras del arte.
El síndrome de Stendhal, más allá de su incidencia clínica como enfermedad, se ha convertido en un referente de la reacción romántica ante la acumulación de belleza y la exuberancia.
Sé que ha saludado con dulzura. Se aproxima a la mesita y deja un paquete de servilletas de papel, esas que van en una caja de cartón. Un tubo de lo que parece crema, preservativos y una cajita. Dios como se mueve. En apenas dos pasos acaba de mostrar todas sus formas y no son pocas.
Yo estoy completamente petrificado y no me desplomo de bruces porque estoy completamente petrificado. Soy incapaz de devolver el saludo y mucho menos de moverme o hacer cualquier comentario. He dejado de sudar, he dejado de pensar, de sentir, creo que he dejado de respirar.
Mientras, ha deshecho una parte de la cama y se apercibe de la estatua en la que acabo de convertirme al entrar ella. Se aproxima y me toma con delicadeza por las muñecas, para prácticamente susurrarme; “Que quieres que hagamos”. O algo así porque era mitad portugués y mitad castellano. Pero ahora, extrañamente, sí que lo entendía a la perfección.
Su aliento sobre mi rostro no hace sino empeorar las cosas y porque estoy completamente petrificado y me ha cogido las muñecas, porque si no salto y me tiro por la ventana. Convirtiéndome en el primer cliente suicida de la historia.
Nos miramos fijamente y soy incapaz de mantenerle la mirada, que es profunda y negra como la noche y en el fondo de sus pupilas rutilan las dos estrellas más hermosas de todo el hemisferio sur. Brillo y oscuridad que compite con el azabache del que han hecho los rizos de su pelo. Es alta, me parece muy alta… más que alta se me hace infinita. No puedo dejar de mirar sus pechos, no puedo dejar de mirar su cadera y sus piernas, no puedo dejar mirar su rostro.
El interrogante sigue en el aire y espera.
- Activa, cien, una hora, no dolor, ama, una hora, cien, principiante, teléfono, activa.
Ahora, la que no entiende es ella. Y es que no es inteligible el balbuceo que le he soltado, pero no consigo enhebrar una frase completa y comprensible.
- Quieres que yo haga de activa y una hora de tiempo. (Me repite despacio y pacientemente, como a un niño, para ver si nos entendemos o si ha entendido lo que le he querido decir).
Dios mío le debo parecer completamente imbécil, pero no consigo hablar mejor que los indios de las películas malas, esas rodadas en Almería y tipo Al Este del Oeste.
- Si, cien, una hora, hacer, activa, no dolor, activa, tu.
Sonríe y extiende su mano en un gesto simple y comprensible en cualquier idioma. Llevo mi mano hasta el bolsillo donde llevaba preparado la cantidad pactada con antelación por teléfono.
Lo recibe asintiendo, me vuelve a mirar (Con lo que vuelvo a quedar paralizado) y me pregunta.
- Quieres tomar alguna cosita.
- Coca Cola (Contesto en seco, es lo primero que se me ha ocurrido aunque en realidad debía haber pedido un whisky doble y sin hielo o litro y medio de vodka en vena)
- Vuelvo en un momento.
Suspira y deja la habitación. El tonto la Coca Cola me ha tocado, que suerte la mía. Debe decirse mientras por el pasillo se aleja el sonido de sus tacones.
No está en la habitación, ha salido, y el caso es que se ha impresionado su imagen en mi retina y no puedo dejar de verla, je, debo estar alucinando ya, je je je.
Llevaba puesto un escueto sujetador negro que apenas contenía la turgencia de sus pechos y venia justo para ocultar la aureola de sus pezones que sí que se dibujaban bajo la tela. Unas braguitas brasileñas, tanga, negras también y que no me explico cómo podía contenerle su secreto. Adornaba sus caderas un enorme cinturón de piel negro, con una prominente hebilla plateada. Y sus piernas hasta las rodillas llevaban anudadas, tipo romanas, unas sandalias de tacón de aguja que aún la hacen más monumental.
Vuelve a anunciarse por el sonido de sus tacones, por el pasillo y entra en la habitación con una pequeña bandeja en la que junto a un vaso chato y plano (Como los de Whisky) con un hielo, hay un bote de Coca Cola y una pequeña servilleta de papel blanca.
Sigo en la misma postura perpleja y pétrea que cuando ha entrado, no he movido ni un músculo. Creo que ni respiraba todavía. Me acerca la bandeja, para que la tome pero sigo inmóvil, a lo que suspira y sonríe (pensando en el rato patético que va a pasar). Y se llega a la mesilla junto a la cama y más cercana a la ventana para dejar la bandejita. Mientras y al volver a pasar por mi lado deja caer con su calidad voz; “desnúdate”.
Se me ha parado el corazón, por segunda vez ya, seguro…
- Todo (Pregunto).
- Si, contesta con dulzura (Debe pensar, no idiota déjate los calzoncillos puestos)
Para que os hagáis una idea de por lo que debía estar pasando esta mujer a mi patética actitud hay que sumarle mi aspecto, que lejos de ser un elfido mozo brasileño, viene a ser un cruce entre Alfredo Landa y uno de esos budas sonrientes que te regalan en el restaurante chino del barrio cuando vas un par de veces, pero con gafas.
Comienzo a desnudarme sin poder apartar la mirada de su cuerpo, no puedo creer lo que estoy viendo. No quiero perder ni un solo detalle, quiero grabar en mi memoria todo lo que acontece por insignificante que sea, lo quiero todo para llevármelo conmigo para siempre. Mientras tanto ha terminado de deshacer la cama y se ha colocado de rodillas en la misma y me espera. Con la pared a su espalda, domina el escenario y lo sabe. Es la dueña de la situación es la estrella en este acto, en la obra.
Lo peor de todo es como se mueve; de modo felino, elástico y elegante. Cada movimiento denota potencia y exuberancia. En mi mente no deja de repetirse la imagen de una pantera vagando nerviosa en su jaula. Todo es subjetivo y por su puesto este relato, pero os juro que la frase: “Las fotos no te hacen justicia” cobra una inusitada exactitud y sentido en el caso de Yanka.
No hay nada donde dejar o apoyar la ropa (O yo no alcanzo a encontrarlo) por lo que, directamente, la he ido deshojando sobre el suelo, junto a la ventana. He terminado de desnudarme pero sigo inmóvil a un lado de la cama.
Una vez más, ante la pasividad pasmada de la que hago ostentación, toma la iniciativa y me invita a situarme, palmeando suavemente la cama frente a ella con su mano izquierda. La seguridad con la que hace la invitación excita, si cabe, aún más a quien os relata esto. Y me muevo, increíble, pero me muevo (Torpe, como un zombi), buscando el lado más oportuno para entrar en la arena.
Yo creo que si me hubiera invitado a tirarme por el hueco del ascensor con aquel gesto, ahora en lugar de este relato estaríais leyendo la noticia en los periódicos. Pues desde el mismo momento en el que entro en aquella penumbrosa habitación, en mi vida, soy victima irredimible del encanto de sus ojos, del embrujo de su mirada y cautivo, preso de su recuerdo.
Me coloco frente a ella en la cama, también de rodillas. A pocos centímetros de su piel. La proximidad es tal que la calidez de su cuerpo arriba a mis orillas y me recorre el espinazo un calambre que me vuelve a sumir en la inmovilidad. Y así me quedo, pasmado, mirándola fijamente, como si quisiera hipnotizarla. No la noto cerca de mí ya la estoy sintiendo dentro muy dentro.
Me sobre pasa en altura, con mucho, pues soy bastante bajito y rechoncho y se ha erguido sobre si misma, ensalzando más su figura. Y en su rostro se dibuja una pregunta, suspira;
- ¿Qué pasa?
Eso quisiera saber yo, que pasa. Necesito responderle, necesito comunicarle que me estoy deshaciendo por dentro, necesito hablar. Mi mente es incapaz de concebir nada con sentido, está ausente, no está. Y broto de mis labios la frase que pasará a los anales de la estulticia humana como la mayor de todas las idioteces que se puedan decir en una situación como esta.
- Estas muy buena.
Una sonrisa, para mi tranquilidad, se esboza en su cara. Digo yo, que semejante monumento debe estar acostumbrada a causar el efecto que estoy sufriendo (Estupefacción). O es que en realidad soy verdaderamente tonto.
- ¿No me has visto por Internet?
Si, si las has visto en Internet. Díselo… y dile que la has visto en Taiaka, que recibirás un trato especial. Lo pone, de verdad que lo pone.
- Sí (contesto y ya está)
- ¿Y no es como en las fotos?
- No
Y se incorpora sobre si misma en un acto en el que la oigo rugir, de verdad de la pura, le salió un rugido desde el interior que todavía me tiene acojonado.
Me come, pienso de inmediato, ahora se abalanza sobre mí, me despedaza y me come y ya está “finito la comedia”… Di algo capullo, dile que no hay fotografía o imagen, holograma o cristo que lo fundo que pueda reproducir semejante belleza y exuberancia. Que es imposible trasladar su presencia a una fría Web. Dile que el fotógrafo que le retoco las fotos fue un patán captándola y sobre todo cuando le trabajo el rostro o le puso brillo y luces debía estar bebido. O por qué no, estaría abrumado del mismo modo que lo estoy yo en estos momentos.
- Mejor (es lo único que me sale, escueto, imbécil, pero cierto).
Relaja su postura, pero continúa erguida sobre sus rodillas, sonríe. Me viene un vomito de palabras y no puedo contenerlo;
- Muy excitado, tú increíble, nada igual, nunca. Muy buena. (Yo se que no os lo creéis, pero hablaba como un apache de chiste).
Y agranda la sonrisa que sostenía en sus labios, me toma despacito, con suavidad la mano. Como tratando de tranquilizarme (lo cual ni el todo poderoso Valium 1000 en dosis masivas e intravenosas conseguiría). Y me susurra;
- Yo no te toco para que no te corras rápido, vale.
Cosas así no se pagan hoy en día. Y vosotros sabéis muy bien de que estoy hablando. Y es cierto a pies juntillas. Si en esos momentos, ella, lleva su índice a la punta de mi nariz y la toca, sin más: Se acabó “me voy por las patas pa bajo” , Ipso Facto.
Asiento con la cabeza dándole las gracias, más que respondiendo. Ella sobre sus rodillas inclina la cabeza como tratando de mirar por encima de unas gafas imaginarias. Dejando caer sobre su faz su pelo negro. Una mirada “canalla” que es imposible olvidar. A la vez que inspira hinchando su pecho hasta un volumen increíble, tomando el aire que me empieza a faltar a mí. Y libera sus pechos que parecen erectos. Firmes, turgentes. Si me lo permitís perfectos.
Yo tengo infartadas hasta las meninges en ese momento. Ritmo cardiaco y encefalograma planos. Los ojos como platos, pero platos como en los restaurantes de diseño: Gigantes. Y fijos en sus pechos.
- Tócame, no me van a doler
Lleva mis manos hasta ellos a la vez que vuelve a tomar aire dando nuevamente volumen a su tórax como solo ellas saben hacerlo.
Yo he perdido el control de mis actos, el de mis sentidos y el de mi pensamiento. En estos momentos soy completamente primitivo y tosco. Y me abalanzo sobre su busto y comienzo a besarlo a la vez que mis manos bajan de sus pechos a su cintura y de allí a su cadera.
Su piel es tersa y tiene ese color con que el Dios Sol tuesta y barniza a sus sacerdotisas del trópico, huele increíblemente bien a leche corporal y frutas. Y sabe… no se describir ese sabor, lo siento. No puedo, no encuentro las palabras adecuadas.
Recorro la voluptuosidad de Yanka con mis labios a la vez que se deja caer sobre sus rodillas hacía atrás y ofertando a mi boca el resto de su cuerpo. Acepto sin dudar la orden implícita y comienzo a descender hasta su ombligo sobre volando todo su dorso. Desde allí llego a su pelvis.
Ya os digo, fuera de control completamente. Mis receptores neuronales y las terminales nerviosas no son capaces de procesar el cúmulo de señales y sensaciones que a modo de torrente, riada, están irrumpiendo en mí.
Beso, sin cesar, su pelvis y alcanzo la ingle. No quiero llegar todavía a su quinta esencia, por lo que continuo por su pierna en dirección a su pie. La posición se ha vuelto tortuosa e incómoda, a lo que rápidamente responde desplegando las piernas y extendiéndose sobre su espalda. Eleva una de ellas por la que repto hasta llegar a su pie, que paso a lamer dentro de la sandalia.
De rodillas frente a ella, completamente tumbada sobre la cama. Con su pierna todavía a la altura de mi cara, comprendo la grandeza que se me muestra. Y me empiezo a sentir enano y minúsculo.
Arquea las rodillas y lleva su mano hasta el tanga, para sujetar primero y luego apretar el bulto que oculta. Mientras muerde su labio inferior e inspira a la vez que vuelve su mirada canalla en ardiente fuego.
Comienzo a mordisquear la pequeña pieza de tela que comienza a dar muestras de su incapacidad para contener a Yanka. Y comienza a sobresalir su más íntimo secreto. Y trato a fuerza de mordisquear lo que sobre sale de que vuelva al contorno de la braguita. Lo que ya es imposible e irremediable. Beso y muerdo con suavidad (o eso trato) el incipiente crecimiento del paquete, pero ella ya ha enviado su torrente sanguíneo y comienza a tomar su poderosa forma.
Hace un gesto para que pare. La miro, sin entender por qué no puedo seguir.
- Quítamela
No entiendo que me quiere decir…
- Quítamela. (Repite y mira señalando ostensiblemente la braguita)
Coño claro, que corto soy. No tengo ninguna dificultad en hacerlo pues facilita la maniobra con suma gracia.
Y su pene se derrumba sobre su vientre y alcanza su ombligo. Es enorme, pienso. Y se me escapa;
- Enorme
- Pues todavía no está (contesta).
No puedo dejar de besar aquel portento de arriba abajo, lamerlo todo, sin dejarme ni un resquicio e incluso me recreo en su parte baja dedicando parte de mis caricias y besos a los compañeros de su pene.
Tengo que incorporarme pues me está mareando la excitación, pero sujeto su miembro con mi mano a la vez que lo masturbo suavemente, despacio.
- Enorme, grande. No he visto nada igual. No sé si me va a caber.
Y no dudo en volver a lamerlo y besarlo, esta vez dedicando especial atención al glande que acaba de aparecer en escena y está empezando a tomar un tamaño acorde al conjunto.
- Enorme. (Me repito, lo sé, pero no puedo dejar de hacerlo)
Mientras trato de meterlo en mi boca, despacio pues no quiero hacerle daño ya que no tengo la certeza de que me quepa. Pero lo hace y me llena con su pene hasta el paladar.
Comienzo la felación a la vez que trato de masturbarla. Pero me abrumo y me incorporo.
- Enorme…
- Quieres verla de pie. (Responde)
Si, si por favor, levántate. Ponte de pie. Pienso para mis adentros convertido ya en su puta particular.
Baja de la cama y frente al espejo, calzada pues en ningún momento se ha quitado sus sandalias, me parece más alta que antes. Se mira en el espejo. Se gusta y sabe que a mi también. Lleva sus manos a las caderas quedando en jarras e inclina levemente hacia adelante su pelvis.
Bajo de la cama y me postro de rodillas frente a su pene, llevo mis manos a sus glúteos y abro todo lo que puedo la boca… trato de introducirla toda. No sin antes advertirla que no sé muy bien que voy a hacerle.
Sin darme cuenta ha llevado sus manos a ambos lados de mi cabeza y es ahora ella quien la sujeta y lleva el ritmo. Despacio, suavemente pero inexorablemente cada vez mayor profundidad.
La dureza, longitud y volumen de su pene amenaza la cohesión de mi mandíbula. Está acelerando el ritmo y la profundidad de la penetración en mi garganta ha llegado a su punto crítico. Debo retirarla, respirar extenuado.
Desde esa posición humillada, tenerla frente a uno es como ver un ángel vengador. De divino poder.
Sigo descontrolado, beso su ingle, falo, pelvis y trato de alcanzar el glúteo. A lo que responde dándose la vuelta e inclinándose hasta apoyar sus manos en la pared de la mesilla, para ofrecérseme completamente abierta.
Sumerjo mi rostro entre sus nalgas y me boca apenas alcanza su objetivo. Trato de penetrar con mi lengua allí donde no llego con mis besos. Son instantes desesperados, asfixiantes. Debo tomar aire.
Se vuelva y sigo postrado frente a ella, súbdito de su capricho.
- ¿Quieres que te folle?
Mi mirada te lo suplica. Porque soy incapaz de decir nada.
- Sube a la cama y ponte a cuatro patas.
Obedezco dócil como un perrito faldero.
- Te follas o yo.
Ahora sí que no entiendo que me quiere decir y quedo inmóvil y expectante a la espera de recibirla en mí cuerpo. Lo único que atino a decir.
- No me hagas daño, por favor. Se suave conmigo.
Se está embadurnando la polla y me está temblando hasta la campanilla. Se sitúa tras de mí y me coge por las ingles para llevarme hasta el borde de la cama. Hasta que mi culo topa con su inhiesto y durísimo instrumento. Me ordena cerrar algo más las piernas para que la posición tome altura y no tenga que acuclillarse para penetrarme.
Noto la firmeza con la que pasa a sujetarme su mano derecha, mientras con la izquierda trata de introducirme el pene en mi ano.
Trata de abrirse paso en mi entraña, pero la resistencia, el dolor es intenso. Me muevo y ella se incomoda. Una nueva embestida, algo más brusca y yo diría que ha conseguido abrirme y está entrando poco a poco. Pero sigue doliéndome tremendamente y no paro de moverme. Le suplico que pare, pero no quiere escuchar o solo lo pienso.
Se está retirando despacio lo que hace que mire, no quiero que pare, la quiero dentro, lo reconozco ¿porque para?
- Túmbate, piernas arriba. (Ordena)
Obedezco, vuelve a ponerse algo de crema y me unta. Hace un ademán para que me centre en la cama y le deje espacio. Repto de espaldas hasta que de rodillas la tengo entre mis piernas. Soy suyo completamente, estoy entregado a su portento.
Se inclina sobre mí y su mano cae junto a mi hombro, el volumen de sus pechos hace que mientras busca la posición se rocen contra mí, no me controlo y la excitación hace rato que ha roto el cuenta revoluciones. Ha fijado su mirada en la mía. Su otra mano me sujeta por el tobillo para tratar de darme la mayor apertura posible y embiste con suavidad. Noto como penetra en mí y al intenso dolor, sigue un escozor que va cayendo en su intensidad a la vez que una intensa ola de cálido y húmedo placer está arrasándome. Comienzan las suaves embestidas, para ir convirtiéndose en un bombeo contundente. Sollozo y gimo como una perra y trato de alcanzar su rostro con mis manos.
Me mira fijamente y yo no aguanto más un traidor hilillo delata que gozo de un modo indescriptible. Se apercibe.
- ¿Te has corrido?
- No. (No ni ¡ná!, me estoy yendo como un cochino por lo bajini)
Me vuelve a mirar de modo inquisitorio.
- ( Oh! Cielos no puedo mentirle), Si, bueno un poco, je …
Pone cara de: “Te vas a enterar”. Se sujeta al colchón haciendo que sus brazos me atenacen contra ella y sus rodillas se hincan de modo que me tiene completamente falcado. Sigue una sacudida inusitada y embestidas cada vez mayores y de más intensidad.
Gimo y suspiro, sollozo, diría que lloro, mientras no puedo dejar de nombrarla;
- Yanka, Yanka,Yanka, Yanka, Yanka, no pares …
- Un poco más, un poco más…
Trato de alcanzar su rostro y la visión de Yanka, mordiéndose el labio inferior sobre mí, alternando su mirada entre mis ojos y su pene mientras me folla, el movimiento de sus senos rozándome el pecho y sentirla en mis entrañas una y otra y otra y otra vez. Hace que no pueda más. Lo que era un hilillo se convierte en un convulso torrente, cálido y cremoso.
Su rostro dibuja un gesto de decepción*. Debe parar para no quedar completamente embadurnada. Con cuidado y despacio va dejando salir su polla.
* Lo siento Yanka, jamás fui un buen amante, me gustaría disculparme pero estoy completamente ido. Me está dando vueltas la habitación y no siento mi cuerpo. Hacen su irrupción los japoneses en gallumbos y sus tambores. Y el puto Stendhal me tiene en otra dimensión.
Comienza a limpiarse y también lo hace conmigo. Trata de alcanzar la servilleta que traía en la bandeja para lo que apoya su cuerpo sobre el mío (tumbándose encima) y noto como su falo está completamente rígido. Y hace como un intento de masturbarse contra mí, pero estoy inerme en la cama.
Suelta un suspiro de resignación y se incorpora. Me mira, sin entender que me pasa. Continúa limpiándose y termina de hacerlo conmigo.
Yo noto como necesito salir de allí, necesito respirar. Me siento avergonzado por dejarla de este modo. Me incorporo y trato de vestirme de modo apresurado. Se acerca y vuelve a poner su mano sobre mi hombro.
- Te encuentras bien? (Su tono es condescendiente y conciliador)
- No, estoy mareado todo me da vueltas.
- ¿Cómo?
No debe entenderlo, de hecho parece no entender nada y no la culpo. Cree que algo ha ido mal. Eso quisiera yo que hubiera ido mal. Llevo no sé cuántas hojas y horas de relato y no alcanzo a explicarme o explicaros lo magnifico y mágico del rato que acababa de pasar. Pero necesito salir ya.
- Nada
No acierto a meterme la pernera del pantalón y ella pone cara de: “De verdad te vas así, ya.”. Lo cierto es que perdí la noción del tiempo nada más entrar ella en la habitación y no sé si todo esto pasó en una hora, dos, tres o dos minutos. Pero dado la cara que pone, de no entender nada, y que soy un desastre en la cama. No debo haber consumido mucho tiempo.
- ¿Pero, te encuentras bien?
No sale de su asombro y yo tampoco. He conseguido ponerme los pantalones y ahora con lo que me estoy contorsionando es con la camisa que parece opinión propia y se resiste a que me la ponga y me marche.
Sale de la habitación (como se contonea por Dios Santo) y me deja a solas con mi pelea con la camisa. Cuando vuelve se ha colocado una braguitas estampadas que para nada consiguen ocultar su polla que sigue como el mástil de un Copa América. Fuerza una sonrisa…
- No has tomado nada. Señala el bote de Coca Cola.
Cojo el bote de la mesa y hecho un trago corto de él. La vuelvo a dejar sobre la bandejita y la miro.
- Si Coca Cola …
“Ya está, este es completamente gilipollas”. Debe estar pensando, todos los pueblos tienen su tonto y este debe ser el de la ciudad: El tonto del bote… de Coca Cola.
- Cómo te llamas
- Paco
- Estaré hasta final de mes …
Un poco de publicidad nunca viene mal. Ocurre que no sé lo que me puede pasar en una segunda cita con Yanka. Probablemente acabe en un hospital psiquiátrico. O tal vez repuesto de la enorme primera impresión consigo que ella no pase un mal trago como él le hice pasar.
Me señala la bandeja para que se la acerque. Lo hago y al entregársela me mira a mí y señala la con la mirada la bandeja.
- Como se dice. (Señala con la mirada de nuevo la bandeja)
- Bandeja
- Bandeja. (Repite)
- Aja, Bandeja.
Sonríe nuevamente y lo cierto es que había olvidado su hermosa sonrisa. No le cobrare la clase de castellano, je je je. Pienso. Me hecha un último vistazo de arriba abajo y comienza a ordenar la habitación. Bueno, a hacer la cama.
- Hase muito calor a Ispania. (Trata de conversar y hacer más distendido el momento)
- En Brasil, no hace tanto calor? (Ostia habló y todo, me sorprendo)
- No, donde io soy no mas 25, 26 grados todo el anio.
- Solo. (Replico)
- Si, e mi ciudad tiene 42 playas.
Coño, pienso yo, cuanta playa. No me extraña lo marcado que llevas el sujetador chata.
Ha terminado de hacer la cama y toma la bandeja dejando sobre ella el cinturón y las braguitas que llevaba al entrar.
- Vamos.
Salimos de la habitación y por el pasillo contemplo el espectáculo que es verla moverse. Espectacular hasta hacer daño, os lo prometo. Al llegar a la primera de las dos habitaciones que pase al entrar tiene la puerta entre abierta. Se ve un mueble sobre el que algunos objetos copan el espacio disponible y también se ve una cama en la que yace una chica rubia con una combinación roja y sobre sus piernas un portátil.
Mientras Yanka hace sitio sobre la tapa del mueblecito para dejar la bandeja, pienso en quien puede ser la chica absorta en el ordenador. Diría que era Isabella Oliveira, pero tampoco puedo asegurarlos pues en la misma casa hay otras chicas cañón todas rubias (Susana Oliveira, Alexia y Dani) y mi vista de lince y el sofoco que llevaba no me hacen ser muy preciso en mis apreciaciones.
Abre la puerta, cuidándose de ocultarse tras ella al rellano de la escalera, y me invita a salir no sin antes inclinarse es alta, para mi bastante alta, para ofrecerme sus mejillas, las cuales beso fraternalmente.
Al salir, la puerta se cierra tras de mí y trato de recuperar la cordura, rumbo y velocidad. Bajo por las escaleras y empieza a dolerme el culo. Pero no me importa voy por la calle, hasta el coche, con la sonrisa esa de ir colocadas que tienen las que anuncian compresas (esas que huelen las nubes y ven la música y todo eso). Es felicidad o lo más parecido que he sentido nunca.
Yo, no quiero extenderme más, que sé que soy un pesado. Quiero agradecer que no hayáis interrumpido la serie y que me perdonéis por mi sintaxis y errores (que sé que sois mu miraos para según qué cosas).
Únicamente hacer un par de apreciaciones:
1. Ella, no creo que haga falta decirlo, es Yanka Santos.
2. No os moféis mucho del relato o de mí, pues me ha costado parte del alma arrancármelo de las entrañas para poder compartirlo.
3. No es una acción de marketing hacia la chica o la casa en la que está. Lo digo porque hay dos mensajes elogiosos (Relatos: 04/08/07 – jmal; Yanka Santos (Valencia)) y sobre la misma musa en muy poco tiempo. Pero es que no sabéis lo que es la niña.
4. Si en la ciudad del Turia, estos días, sois atracados por un tipo con aspecto de buda pariente de Paco Martínez Soria. Dadle lo que llevéis, es por una buena causa y está desesperado por volver con Yanka. Es inofensivo eso sí.
5. No conozco, para mi desgracia, las demás panteras de Taiaka (Milena Vendramine, Amanda Ríos, las dos Robertas, Rodríguez y Roberts, Isabelly e Isabelly Strait, Gabriela Maya, Deysi Rocham Thamira Tales o Amanda Hyckman, etc, que me perdonen aquellas que me dejo), pero de Yanka para terminar diría aquello que alguien dijo sobre Ava Gadner al referirse a ella “Como el animal más bello del mundo”.
6. Desearle la felicidad allá donde vaya siempre, un fuerte abrazo. GRACIAS YANKA…
Muy importante, se me olvidaba; No lo pone porque me he tomado alguna licencia, pero que conste que usamos protección.
Added on January 05, 2018 at 12:00 am